MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Eco del 68: voces que la represión no pudo callar

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Hablar del movimiento estudiantil de 1968 en México es recordar una de las páginas más dolorosas y, al mismo tiempo, más luminosas de nuestra historia contemporánea. Dolorosa porque culminó en la tragedia de Tlatelolco, el 2 de octubre, con la represión sangrienta del Ejército contra jóvenes que exigían libertades democráticas. Luminosa porque, pese al intento de silenciarla, esa generación sembró la semilla de la conciencia crítica que todavía hoy inspira a estudiantes, intelectuales y ciudadanos.

 

El contraste era grotesco: mientras en la Ciudad de México se preparaban los XIX Juegos Olímpicos, con una inversión de más de 150 millones de dólares, se ordenaba disparar contra jóvenes que exigían democracia.

Lo que comenzó como un conflicto entre estudiantes de preparatoria y la represión policial derivó en un movimiento social amplio, con demandas legítimas: libertad de expresión, autonomía universitaria, fin del autoritarismo y de la represión. El pliego petitorio del Consejo Nacional de Huelga no pedía privilegios: pedía justicia.

En 1968, México contaba con 48 millones de habitantes, de los cuales casi el 50 % tenía menos de 20 años. La matrícula universitaria había crecido de forma explosiva: en 1950 había apenas 80 mil estudiantes de educación superior, mientras que para 1968 ya eran más de 300 mil. Este crecimiento generó una juventud más crítica, con aspiraciones de participación social y política que el régimen no supo canalizar.

La respuesta fue brutal. El 2 de octubre, el Ejército y el Batallón Olimpia rodearon la Plaza de las Tres Culturas. Las cifras oficiales hablaron en su momento de 26 muertos; sin embargo, investigaciones posteriores, como las de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp), estiman entre 200 y 300 personas asesinadas, además de más de mil 300 detenidos esa misma noche. Organismos internacionales, como Amnistía Internacional, han señalado que los desaparecidos podrían superar el centenar.

El contraste era grotesco: mientras en la Ciudad de México se preparaban los XIX Juegos Olímpicos, con una inversión de más de 150 millones de dólares (cifra millonaria para la época), se ordenaba disparar contra jóvenes que exigían democracia. El mensaje era claro: el gobierno quería mostrar un país moderno hacia afuera, aunque eso implicara callar a su juventud hacia adentro.

Hoy, más de medio siglo después, el movimiento estudiantil del 68 sigue siendo referencia obligada. Nos recuerda que la juventud no es indiferente, que puede ser protagonista de transformaciones profundas. También nos deja una advertencia: la democracia no se regala, se conquista y se defiende.

Es cierto que México ha cambiado desde entonces: hoy tenemos una matrícula de más de 4.5 millones de universitarios, elecciones más libres y una sociedad civil más activa, pero los ecos del 68 siguen vigentes cuando vemos que persisten la represión, la desigualdad y el desprecio hacia las voces jóvenes: el 42 % de la población mexicana actual son jóvenes menores de 30 años, y muchos de ellos enfrentan precariedad laboral, violencia y falta de acceso a derechos básicos.

El 68 es una herida abierta, pero también una lección que no debemos olvidar: la democracia se construye con diálogo, justicia y memoria, no con represión. Cuando se vive en una sociedad donde lo que no está permitido es obligatorio, la lucha social encabezada por los estudiantes y las clases trabajadoras se vuelve la única alternativa que tenemos.

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