Con más de 200 años de ejemplos históricos, el texto muestra cómo la educación política puede convertir a la juventud en motor de transformación social.
A lo largo de la historia, la juventud ha desempeñado un papel fundamental en los grandes procesos de transformación social. Desde la Revolución Francesa hasta los movimientos anticoloniales del siglo XX, los jóvenes han sido la chispa inicial que enciende a los pueblos.
Es imprescindible un movimiento juvenil verdaderamente revolucionario, que forme a la juventud en los principios del marxismo-leninismo, en la comprensión científica de la realidad y en la importancia de la lucha organizada.
En México, sin embargo, la juventud enfrenta un panorama complejo: un país con enormes desigualdades, una oferta educativa limitada y un sistema cultural que la mantiene distraída y alejada de la vida política. En este contexto, surge una pregunta clave: ¿qué papel debe asumir la juventud mexicana en la construcción de un cambio verdadero?
Para responder, es necesario reconocer primero las barreras que se han levantado para impedir que los jóvenes se politicen. La industria del entretenimiento ha logrado capturar casi por completo el tiempo y la energía de los jóvenes. Se les ofrece un mundo artificial en el que la felicidad depende del consumo, la moda y la aprobación en redes sociales.
Las plataformas digitales se han convertido en instrumentos de control ideológico que no sólo entretienen, sino que moldean aspiraciones. El éxito se mide por seguidores, no por conocimiento; por apariencias, no por aportes sociales.
A este bombardeo constante se suma un sistema educativo que rara vez promueve el pensamiento crítico. La formación escolar se centra en memorizar datos, no en analizar la realidad. No se enseña economía política, no se estudia la distribución de la riqueza ni se cuestionan las estructuras de poder.
En vez de formar ciudadanos conscientes, se producen individuos preparados para integrarse en un sistema laboral injusto que los absorberá sin preguntarles si están de acuerdo o no.

Esta combinación de entretenimiento superficial y educación acrítica ha creado una juventud que, en muchas ocasiones, desconoce su propia fuerza histórica. Pero esa fuerza existe: los jóvenes poseen la energía, la creatividad y la capacidad de organización necesarias para impulsar un proyecto revolucionario. Lo que falta es una guía política que los oriente, los eduque y los organice con claridad y visión estratégica.
En este punto, es imposible ignorar la responsabilidad que recae sobre las organizaciones sociales y políticas. Los grandes movimientos que transformaron el mundo no nacieron de manera espontánea; fueron el resultado de décadas de formación ideológica y trabajo político.
¿Quién educa hoy a los jóvenes mexicanos en los principios del pensamiento científico y revolucionario? ¿Quién los prepara para ser líderes, para organizar a las masas, para asumir un papel histórico en su país?
La llamada “4T” ha demostrado ser insuficiente en esta tarea. Aunque prometió un cambio profundo, el gobierno actual ha limitado su acción a programas asistenciales y discursos mediáticos. No ha promovido la educación política del pueblo ni ha fomentado la organización independiente de los trabajadores.
La juventud sigue sin un proyecto nacional claro, sin una ruta para participar en la vida pública más allá del voto cada ciertos años.

Por ello, resulta imprescindible construir un movimiento juvenil verdaderamente revolucionario, con capacidad de analizar, criticar y transformar. Este movimiento debe formar a la juventud en los principios del marxismo-leninismo, en la comprensión científica de la realidad y en la importancia de la lucha organizada.
No basta con indignarse ante la injusticia; es necesario comprender sus causas y actuar colectivamente para erradicarla.
En México ya existe un instrumento capaz de realizar esta tarea: el Movimiento Antorchista Nacional. A través de su trabajo educativo, cultural y organizativo, ha demostrado que la conciencia se forma, no surge espontáneamente.
Miles de jóvenes han encontrado en Antorcha un espacio para estudiar, formarse, organizarse y participar en la lucha social. Esta experiencia demuestra que la juventud mexicana está más que lista para asumir un papel histórico; solo necesita la guía correcta.
El reto es enorme, pero también lo es la oportunidad. Si la juventud se educa políticamente, si rompe con el control ideológico del capitalismo y si se organiza con el pueblo trabajador, entonces puede convertirse en la fuerza que México necesita para construir un nuevo país: más justo, más igualitario, más humano.
El futuro no está escrito. La juventud puede escribirlo si despierta, si estudia, si se organiza y si lucha junto al pueblo trabajador. Esa es la tarea histórica que les corresponde, y la única que podrá transformar verdaderamente a México.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario