A veces el discurso del gobierno se parece mucho a un vistoso truco de magia: Abracadabra y ¡ta-rá! 13.4 millones de personas han salido de la pobreza. Lo dijo la secretaria del Bienestar, Ariadna Montiel, ante los legisladores en la glosa del Primer Informe de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum.
Los números, acomodados con pulcritud quirúrgica, mostraron un país renovado: el coeficiente de Gini descendiendo como si la desigualdad por fin hubiese encontrado freno; los ingresos de los más pobres multiplicándose casi por cuatro en dos décadas; un presupuesto social de 851 mil millones de pesos, equivalente al 2.3 % del PIB, circulando “alegremente” por todos los rincones del país.
La narrativa oficial presume que el bienestar es producto de los apoyos, pero cuando la economía no crece, lo que hay no es movilidad, sino transferencia de recursos sin construcción de futuro y progreso.
Se escuchó a la secretaria hablar de 32 millones de beneficiarios de programas sociales y, por un instante, la narrativa oficial nos hizo sentir que México avanzaba hacia un amanecer igualitario.
Pero apenas se apagó el micrófono, la magia se acabó. Porque mientras la funcionaria hablaba de millones que “superaron la pobreza” y de “avances históricos”, el Inegi mostraba otra fotografía: la economía mexicana se estancó completamente en octubre.
De acuerdo con el Indicador Oportuno de la Actividad Económica (IOAE), la variación anual fue de 0 %, y en comparación con el mismo mes del año anterior, apenas 0.02 % de crecimiento.
El dato es brutal: las actividades secundarias subieron 12 %… pero aun así el sector industrial acumuló ocho meses consecutivos de caída, con un desplome de 2.14 % en octubre. Las actividades terciarias retrocedieron 0.19 %. Y en lo que va del año, la economía apenas mueve la aguja: 0.14 % anual.
¿Cómo es posible que millones “salgan de la pobreza” en un país que no está generando riqueza nueva? La narrativa oficial presume que el bienestar es producto de los apoyos; pero cuando la economía no crece, lo que hay no es movilidad, sino transferencia de recursos sin construcción de futuro y progreso.
Es aquí donde entran la oposición, la academia crítica y las organizaciones sociales a pedir cuentas. El Movimiento Antorchista, quizá la organización más consistente en su crítica a la desigualdad estructural, sostiene que los informes oficiales maquillan una realidad mucho más cruda. Por ejemplo, el dirigente del Movimiento Antorchista del Estado de México (MAEM), Abel Pérez Zamorano, advierte que el verdadero enemigo no es sólo la pobreza, sino el empleo de mala calidad que domina en México: trabajos sin derechos, sin seguridad social, sin estabilidad, sin ingresos suficientes. En sus análisis, afirma que la precariedad laboral se ha convertido en la trampa perfecta para que millones permanezcan en el mismo nivel de vulnerabilidad, aunque las cifras oficiales digan lo contrario (Pérez Zamorano, A. “Mientras siga existiendo la pobreza en México, Antorcha existirá: Abel Pérez Zamorano”, Aula Mexiquense, 28 de julio, 2021).
Por su parte, el economista Brasil Acosta ha sido tajante: “la pobreza de la gente no ha desaparecido: el pueblo la resiente”. En columnas recientes señala que modificar los umbrales o inflar las transferencias para aparentar mejoras no cambia la vida real de la gente.

Acosta denuncia que muchos apoyos “son electoreros y no estructurales”, y que sin crecimiento económico, sin obras públicas y sin inversión productiva, cualquier reducción de la pobreza es estadística, no histórica (Acosta, Brasil, “La participación popular”, Buzos de la Noticia, 25 de octubre de 2025).
La realidad, cruda, se muestra de nuevo: ¿cómo puede hablarse de bienestar cuando 44.5 millones de mexicanos no tienen acceso a servicios de salud? Y es ahí, justo en ese choque de cifras, donde el cuento comienza a tomar forma.
Tres pobrezas para contar un solo país
Mientras el discurso oficial presume que la pobreza se abatió, las cifras del Inegi muestran otro país: 38.5 millones de mexicanos en pobreza multidimensional en 2024. De ellos, 31.5 millones en pobreza moderada y siete millones en pobreza extrema.
Hasta aquí, nada nuevo. Lo que cambia es la forma de contarlo. Porque cuando los organismos clasifican, dividen y reinterpretan la pobreza en categorías, el país parece tener menos pobres. Pero cuando la vida cotidiana habla, habla en números totales: no son 38.5 millones, son 77, si sumamos a quienes el sistema llama “vulnerables”, esa zona gris de personas que, aunque no están “técnicamente” en pobreza, tampoco tienen derechos garantizados.

Y para varios expertos, la cifra podría acercarse más a 90 millones si se midiera la precariedad real: ingresos insuficientes, trabajos temporales, inseguridad alimentaria, en suma, carencias sociales acumuladas.
El gobierno presume una caída en la pobreza. Pero incluso esa caída viene con letra chiquita: no disminuyeron los pobres por ingresos, sino los pobres multidimensionales, una categoría que puede reducirse sin que la vida de las personas mejore, bastando con que disminuya alguna carencia, es decir: menos pobres “por definición”, pero más mexicanos sin derechos garantizados.
Por si todo esto no fuera poco, además, se denunciaron recortes en programas esenciales: salud, estancias infantiles, refugios, infraestructura básica. ¿Quién “salió de la pobreza” si no tiene médico? ¿Quién “mejoró su ingreso” si su colonia sigue sin agua y caminos? ¿Quién “recibió bienestar” si su vivienda es de lámina y su escuela está a dos horas?
En el terreno, México sigue siendo un país donde la pobreza es una experiencia masiva: millones comen menos carne, compran menos frutas, pagan más por transporte y medicinas. Donde una enfermedad puede arrastrar a una familia entera a deudas impagables.

La narrativa “del bienestar” necesita más que gráficas y discursos. Necesita honestidad estadística. Necesita aceptar que, si bien hubo avances —como el aumento al salario mínimo o las transferencias directas—, el país sigue atrapado en una estructura de desigualdad profunda.
Dividir la pobreza en tres categorías puede funcionar para un informe, pero para construir un país donde nacer no determine tu destino, necesitamos contar con todos.
¿Se puede? Sí, sólo un gobierno popular construido por un partido político de nuevo tipo, cuyos miembros, educados, unidos y organizados, luchen por sacar de la pobreza a 90 millones de mexicanos y no a contentarse clasificándolos de manera ridícula.
Porque mientras la pobreza pueda reducirse más rápido en un documento que en una colonia sin servicios, el bienestar seguirá siendo un relato fantasioso, tan falso como la ilusión de un truco de magia y no una historia verdadera. ¡Abracadabra!
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