Hoy, en un rincón de nuestro México tan lleno de contrastes, se lanzó un proyectil cargado no de pólvora, sino de esperanza. El Movimiento Antorchista, a través de su Comisión Estatal Cultural, ha dado el banderazo de salida a su III Jornada Nacional de Declamación.
Suena a un evento más en el calendario cultural, uno de esos que pasan desapercibidos entre el ruido de la noticia urgente y el espectáculo banal. Pero quien así lo perciba se equivoca de medio a medio.
La cultura no es neutral. O está al servicio de la emancipación del pueblo o está al servicio de su domesticación.
Esta convocatoria es, en esencia, un acto de resistencia profundamente político y una afirmación de humanidad en un contexto donde lo humano suele ser lo primero que se sacrifica.
El propósito declarado es “alentar en el pueblo marginado el espíritu de superación y de lucha, utilizando como medio la cultura”. No se trata, pues, de un mero concurso para cultivar una afición elitista. Se trata de armar al pueblo con la palabra.
En un país donde la narrativa oficial y los medios hegemónicos suelen pintar a las comunidades marginadas como meras estadísticas de pobreza, violencia o abandono, Antorchista les devuelve la voz. O mejor dicho, les provee un megáfono hecho de versos, de ritmo y de metáforas.

¿Por qué la declamación? ¿Qué tiene este arte aparentemente antiguo y desfasado que lo convierte en una herramienta de lucha? La respuesta es simple y profunda: la poesía, cuando se declama, deja de ser tinta sobre papel para convertirse en aliento, en gesto, en un grito contenido o una caricia vocal.
Es la materialización de la emoción y el pensamiento. Para un joven de una colonia popular, para una madre de familia de un ejido olvidado, subir a un escenario y proyectar con su voz los poemas de Neruda, de Benedetti, de Miguel Hernández o de los grandes poetas mexicanos, es un acto de reafirmación de su propia identidad. Es decir, con todo el cuerpo y el alma: “Yo existo. Yo siento. Yo pienso. Yo también tengo belleza dentro”.
En un sistema neoliberal que busca convertirnos en consumidores pasivos y en individuos atomizados, este acto es radicalmente subversivo. El sistema prefiere un pueblo entretenido, no un pueblo que piensa; un pueblo que consume productos culturales empaquetados, no uno que los produce y los interpreta.

Fomentar que el pueblo mexicano diga poesía es fomentar el pensamiento crítico, la sensibilidad estética y la capacidad de expresar el mundo propio con herramientas que trascienden el lenguaje funcional y utilitario del día a día.
La poesía, además, es un vehículo incomparable para la memoria y la dignidad. Cuando un muchacho declama “Canto General” o una mujer recita los versos de la española Gloria Fuertes que hablan de la vida cotidiana de los oprimidos, no está solo repitiendo palabras. Está conectando su lucha particular con una larga tradición de lucha humana. Descubre que su dolor no es único, que su anhelo de justicia ha sido cantado por otros antes que él, en otros lugares y bajo otras circunstancias.
Eso genera una solidaridad transhistórica y una fortaleza moral incalculable. Le quita el monopolio de la cultura a las élites y la devuelve a su dueño original: el pueblo.

Esta Jornada Nacional de Declamación es, por tanto, mucho más que un evento cultural. Es una escuela de liderazgo disfrazada de festival.
En esos ensayos, en esa búsqueda del poema perfecto, en ese vencer la timidez para enfrentarse a un público, se forja el carácter. Se aprende disciplina, se trabaja en equipo (porque detrás de un declamador hay a menudo un grupo de apoyo), se cultiva la autoestima.
Un joven que ha sido capaz de conmover a una plaza llena con su declamación, difícilmente se sentirá después un ciudadano de segunda categoría. Ha experimentado su propio poder.
Criticar a Antorcha por su afán cultural es no entender nada. Se les acusa a veces de clientelismo o de politizar la cultura. Pero ¿acaso hay algo más político que decidir quién tiene acceso a la belleza y al arte?

La cultura no es neutral: o está al servicio de la emancipación del pueblo o está al servicio de su domesticación. Antorcha ha elegido claramente su bando: el de la emancipación. Esta convocatoria es la prueba.
El beneficio último de que el pueblo mexicano diga poesía no es que gane concursos o que produzca artistas profesionales. El beneficio es que se convierta en un pueblo más consciente, más unido, más crítico y, por ende, más difícil de oprimir.
Un pueblo que conoce la poesía es un pueblo que ha practicado la complejidad, que ha habitado la metáfora y que, por lo tanto, es capaz de imaginar futuros distintos al que le tiene predestinado el status quo.

Hoy, la III Jornada Nacional de Declamación ha lanzado su semilla. Es una semilla de palabras. Y en la tierra fértil de la marginación y la esperanza, esas palabras brotarán no como flores decorativas, sino como árboles robustos cuyas raíces romperán el asfalto de la indiferencia.
Que declamen. Que griten. Que susurren. Que el pueblo, al fin, hable con la voz potente de la poesía. Porque, como bien lo saben los poderosos de todos los tiempos, un pueblo que encuentra su voz es un pueblo imparable.
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