El martes 15 de julio se paralizó parte del transporte público en el Área Metropolitana de Guadalajara (AMG). Desde muy temprano, operadores de 200 unidades alimentadoras de Mi Macro Periférico y conductores de 17 rutas realizaron un paro de labores debido a que no se atendían sus peticiones, legítimas y básicas, para mejorar sus condiciones laborales. Entre estas destacan aumentos salariales, prestaciones de ley, acceso a baños e higiene mínima. Después de ser ignorados por el gobierno del estado, decidieron manifestarse para hacer valer sus derechos, lo que ocasionó un colapso en la movilidad de miles de jaliscienses que diariamente acuden a cumplir su jornada de trabajo; pero la cosa no termina ahí.
De manera emergente, el traslado de cientos de trabajadores corrió a cargo de patrullas municipales, vehículos de plataforma como Uber o Didi, y algunos particulares que se solidarizaron. Especial atención merece un traslado que, a mi juicio, sintetiza en su máxima expresión la calidad del transporte público en el AMG -que moviliza a alrededor de 430 mil jaliscienses diariamente-: dicho traslado fue realizado por una grúa de plataforma. Así como lo lee: un vehículo que, por su diseño, en ninguna medida garantiza la seguridad para transportar personas, y sin embargo se utilizó. Esta realidad nos empuja, nuevamente, a una reflexión más profunda del transporte público y de quienes lo utilizan esencialmente, la clase trabajadora, que día tras día se desplaza a su lugar de trabajo.
De acuerdo con la Encuesta de Percepción Ciudadana sobre Calidad de Vida 2020 del observatorio ciudadano “Jalisco Cómo Vamos”, los jaliscienses califican al transporte público de la siguiente manera: el 58 por ciento de los usuarios responde que regularmente van “apretados”; el 45 por ciento considera que las unidades se encuentran en mal estado y sucias; el 45 por ciento dice que espera más de 15 minutos entre cada unidad; el 40 por ciento de los entrevistados dijo no sentirse seguro durante su traslado y, por último, cuatro de cada 10 usuarios deben utilizar entre dos y tres rutas para llegar a su lugar de trabajo. Por si fuera poco, a todas estas calamidades se suma una más: la excesiva duración en los trayectos. Muchos trabajadores pierden diariamente dos o tres horas en desplazamientos agotadores y frustrantes, lo cual afecta de forma directa su calidad de vida, ya que a su jornada de trabajo deben añadirle el tiempo de traslado.
Para poder reducir al mínimo indispensable el tiempo de traslado de los miles de jaliscienses que usan el transporte público, debiera existir una planificación sumamente racional que contemple conectividad, periodicidad y cantidad de unidades necesarias para lograr dicho cometido. En el AMG, el transporte público está concesionado a particulares, a empresarios del ramo, por parte del Estado. Sin embargo, dadas las circunstancias descritas, ¿no convendría que el Estado adoptara un papel más vigilante y actuante? ¿O se seguirá privilegiando la obtención de la máxima ganancia pese a todo? El transporte público es un elemento básico en las ciudades; de él dependen el desarrollo económico y social, así como el acceso a servicios de educación, salud, comercio y recreación, entre otros. La falta o deficiencia de este servicio, a su vez, genera una serie de desigualdades, pues limita el derecho de movilidad de los ciudadanos.
Una muestra de que la calidad del transporte público es insuficiente es el constante incremento del parque vehicular, los ciudadanos buscan alternativas. Según datos del Instituto de Información Estadística y Geográfica del Estado (IIEG), el parque vehicular en Jalisco tuvo un incremento del 67.37 por ciento entre 2010 y 2023. Para este último año, el estado ocupaba el tercer lugar a nivel nacional en cantidad de vehículos, con un total de cuatro millones 609 mil 531. No es novedad que las calles del AMG se colapsen cada vez más y que ocurra de manera más constante un sinfín de horas pico en las vialidades.
En el AMG opera un sistema de transporte privado, no público. A pesar de que es obligación del Estado garantizar la movilidad de sus habitantes, este es un servicio que no debería redituar ganancias, ya que todo el costo-beneficio se retribuye en calidad de vida para los usuarios. Se requiere una visión de Estado en la que el usuario sea el punto de partida y de retorno. Desgraciadamente, como la lógica del capital indica, a todo se le debe ver como una fuente generadora de dividendos y siempre con el hambre voraz de obtener la máxima ganancia a costa de todo, y vaya que hay un mar de posibilidades para eficientar la ganancia. Tan solo si hacemos un pequeño cálculo, dimensionaremos el tamaño de los intereses económicos. En el AMG se realizan alrededor de tres millones de viajes diarios en transporte público a un costo de 9.5 pesos, por lo que el monto recaudado en un día sería de 28 millones 500 mil pesos; al mes, de 855 millones y al año, de 10 mil 260 millones de pesos. De ese tamaño son los intereses, ¿qué objetivo se persigue? Maximizar la ganancia reduciendo costos.
El sistema de transporte público es un bien común que debería ser pensado y diseñado por y para los millones de personas que lo hacen posible cotidianamente. Dejar que los estudiantes, trabajadores, amas de casa y profesionistas que usan a diario el servicio tomen su papel actuante en la mejora sustancial, que se impongan los intereses colectivos por encima de los privados. En 1985, el ilustre ingeniero Jorge Matute Remus, con su visión de futuro, propuso un proyecto bajo estos principios. ¿Qué ocurrió? En aquel momento, los intereses de unos cuantos se impusieron, intereses que buscaban maximizar a toda costa la ganancia, y se desechó dicho proyecto. Es momento de que millones de usuarios tomemos acción colectiva y exijamos mejores condiciones de movilidad. Tengamos presente que los concesionarios necesitan de los usuarios para poder existir, pero los usuarios no. De lo contrario, seguiremos siendo testigos de cómo la vida de millones de personas se les escapa como agua entre las manos, entre cumplir su jornada de trabajo y trasladarse. Que conste.
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