MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

ENSAYO | Estados Unidos y China: decadencia y futuro II/V

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II. El papel del dólar en el dominio imperialista

El capital imperialista no sólo quería hacer negocio a corto plazo con el Plan Marshall; para Estados Unidos era necesario reconfigurar la arquitectura capitalista a nivel mundial, pues un mundo capitalista hundido en la miseria no le servía al capitalismo monopolista norteamericano, porque necesitaba de países que consumieran los productos estadounidenses; necesitaba de países con desarrollo suficiente para que ahí se invirtieran los capitales excedentes de Estados Unidos.

El dólar respalda al dólar por ser la moneda mundial, dado que la mayoría de países tiene sus reservas internacionales en dólares; porque sus aliados árabes hacen sus ventas y todo su comercio en petrodólares; por la fuerza militar de Estados Unidos con sus cerca de 800 bases militares en todo el planeta.

Fue tal el poderío económico de Estados Unidos al término de la Segunda Guerra Mundial, que en 1945 —en un año— produjo más del doble que en el periodo de 1935 a 1939, y esta nación tenía ya en ese año una producción que representaba el 50 % del Producto Interno Bruto mundial; se había convertido en la superpotencia con base en tres factores.

Primero: Estados Unidos no sufrió ninguna invasión o bombardeo en su territorio; su industria y su infraestructura estaban intactas. Segundo: la reactivación de la economía le permitió hacer préstamos a países beligerantes, con lo que sus bancos y su capital financiero crecieron exponencialmente. Tercero: la otrora superpotencia colonialista, Gran Bretaña, quedó, si no quebrada totalmente, sí devastada por la Segunda Guerra Mundial, y con la invasión de Japón a distintos países de Asia.

Esto dio impulso a que esos países colonizados por Gran Bretaña comenzaran a liberarse del colonialismo británico —el caso más emblemático es el de la India— y a establecer nexos comerciales con Estados Unidos; todo esto debilitó a Gran Bretaña, que tuvo que ceder su lugar como potencia hegemónica imperialista global a Estados Unidos.

En 1944 se reunieron en la población de Bretton Woods 44 representantes de países capitalistas. No hubo representación de muchos países que eran en esos momentos colonias de los países europeos, y los países que asistieron de América Latina participaron bajo la égida de Estados Unidos. Ahí se acordó la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, instituciones controladas desde su inicio por el capital monopólico estadounidense. 

También se tomó un acuerdo esencial para garantizar el predominio del imperialismo occidental sobre todo el planeta —control de la economía y la política por parte de Estados Unidos—: la utilización del dólar estadounidense como moneda de cambio internacional. Desde que surgieron el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, las dos instituciones fueron controladas por Estados Unidos (tenía el control por ser el que más aportó a los fondos de las dos instituciones).

Y, claro está, toda la arquitectura económica y financiera a nivel mundial diseñada por el gobierno estadounidense sirvió para garantizar que las exportaciones de Estados Unidos pudieran llegar a sus clientes. También el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial diseñaron las reglas a las que deben someterse todos los países en el funcionamiento de sus economías y sus políticas sociales. Todo este entramado lo orquestó Franklin D. Roosevelt para evitar que Estados Unidos volviera a caer en una recesión como la de 1929 y para garantizar el control mundial de los capitales de las distintas naciones, los cuales deben estar sujetos a las normas imperiales.

El patrón oro establecido en Bretton Woods fue sustituido en 1971 por el entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon. En 1971, Estados Unidos tuvo por primera vez en el siglo XX un déficit comercial; además, tenía los gastos de la guerra de Vietnam. Estados Unidos, al ir perdiendo sus reservas de oro y dado que los países europeos —con los que tenía mucho comercio— solicitaban el pago de sus exportaciones en oro, obligó a Nixon a abandonar el precio estable de la onza de oro a 35 dólares; en los hechos, Nixon abandonó el patrón oro para regir la economía global con el dólar.

El presidente estadounidense se vio obligado a abandonar el patrón oro por tres factores: primero, Estados Unidos comenzó en la década de los sesenta del siglo XX a tener una balanza comercial desfavorable por ser un país que importaba muchos bienes; segundo, el flujo de dinero estadounidense hacia las naciones devastadas en la Segunda Guerra Mundial para su reconstrucción y tercero, la guerra de Vietnam obligó al gobierno a hacer gastos muy altos.

Este déficit comercial y estos altos gastos provocaron un entorno altamente inflacionario. En varios países, en 1968, hubo reticencia a mantener el precio del oro (35 dólares la onza), lo que influyó para que países como Bélgica y Holanda, primero, y luego Alemania y Francia, cambiaran oro por dólares. Para ese entonces, el mercado de divisas a nivel mundial dependía mucho del dólar. Con la medida de Nixon, en 1971, el orden financiero internacional entró en la era del dinero fiduciario.

Desde entonces, Estados Unidos ha tenido el poder de financiar sus gastos empleando el “señoreaje” del dólar (es decir, el costo de los billetes no es equiparable a la capacidad que tienen esos dólares de adquirir riqueza del exterior). Este “señoreaje” —o, como lo denominó el entonces presidente de Francia, Valéry Giscard d’Estaing: “privilegio exorbitante”— le ha dado inmensos beneficios económicos y políticos a Estados Unidos.

Ha financiado de forma barata su deuda pública; los Bonos del Tesoro de Estados Unidos han tenido una muy alta demanda, lo que le ha permitido al gobierno aplicar tasas de interés mucho más bajas de las que existirían si el dólar no fuera una moneda dominante, y ha reducido significativamente el costo del servicio de su deuda (intereses muy bajos).

La Reserva Federal de Estados Unidos puede imprimir, a la hora que se le antoje, dólares a un costo muy bajo, y estos dólares son adquiridos por bancos centrales extranjeros o bancos particulares extranjeros, que son canjeables por bienes y servicios reales (incluidas empresas o propiedades). Como dirían algunos economistas: son préstamos casi sin intereses del resto del mundo.

Estados Unidos —su gobierno y sus empresas—, al endeudarse en dólares, está protegido de las fluctuaciones de otras monedas; además, en sus negociaciones con otras empresas u otros países, no tiene que pagar costos de cobertura ni estar sujeto a la volatilidad cambiaria. Esa preeminencia del dólar atrae grandes cantidades de capitales foráneos, lo que hace que la economía se mantenga estable y con recursos líquidos para su funcionamiento.

Este dominio del dólar tiene aplicaciones geopolíticas de gran calado: por ejemplo, Estados Unidos decide las políticas económicas de gran parte de los países; tiene un mecanismo de control de la mayoría de las transacciones comerciales a través del sistema de pagos Sociedad Mundial de Telecomunicaciones Financieras Interbancarias (Swift), el cual es un candado impuesto por el imperio estadounidense, que se abre sólo con permiso del dueño del changarro: quien no se somete, no recibe la llave del cerrojo para comerciar o hacer inversiones.

Este tipo de mecanismos le permiten al gobierno estadounidense y a sus aliados imponer sanciones a todo país que no se someta al control del dólar y de las políticas del imperialismo. Quien no se somete (como Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Venezuela, Cuba, Nicaragua y otros) se hace acreedor a sanciones económicas, como impedirle el comercio y la captación de capitales en inversiones económicas; estas sanciones sirven para asfixiar la economía de los países que defienden su soberanía.

El 80 % de las transacciones comerciales en el mundo son en dólares; el 60 % de las reservas internacionales de los bancos del mundo están en dólares, y el 40 % de la deuda global es en dólares.

Desde 1945, Estados Unidos ha contado con una importante ventaja por encima de los demás países: está en condiciones de financiar su déficit fiscal y su déficit comercial mediante la emisión de billetes; para poder pagar los déficits comerciales, le basta con echar a andar su máquina de fabricación de dólares. 

Para mantener el “Estado del bienestar” —es decir, poder brindar atención en salud, educación y servicios diversos a la población—, también recurre al mismo mecanismo. Esto ha representado una enorme ventaja para la nación más depredadora de la historia de la humanidad. Por esta razón, Estados Unidos consume mucho más de lo que produce.

Esos altos niveles de consumismo se explican así: cuando uno ve las películas comerciales norteamericanas, se nos muestra en ellas un “estilo de vida” derrochador; se nos muestra una sociedad que tiene los espectáculos deportivos más fastuosos, las mansiones más ostentosas, los centros recreativos más lujosos y la diversidad más grande de todo tipo de productos.

Pero ese alto nivel de las clases medias estadounidenses es producto de ese “señoreaje” y de ese saqueo del mundo. Estados Unidos es una superpotencia que se ha convertido en la sociedad más parasitaria del planeta.

¿Si el oro dejó de respaldar la economía gringa, qué es lo que ha respaldado al dólar? Dicen algunos economistas panegiristas del modelo norteamericano de economía y su supremacía mundial que es “la estabilidad y confianza económicas de una economía fuerte, boyante”, por la capacidad del Tesoro (Hacienda) norteamericano para recaudar impuestos.

El dólar respalda al dólar por ser la moneda mundial, dado que la mayoría de países tiene sus reservas internacionales en dólares; porque sus aliados árabes —la mayoría de naciones del Medio Oriente, pro-occidentales y productoras de petróleo— hacen sus ventas y todo su comercio en dólares (los famosos petrodólares que también son parte del soporte del dominio mundial del dólar); por la fuerza militar de Estados Unidos con sus cerca de 800 bases militares en todo el planeta y su complejo militar-industrial.

Lo que ha respaldado al dólar en las últimas décadas han sido los Bonos del Tesoro (es decir, la deuda pública). Las potencias económicas como China, Japón, Reino Unido, etcétera, han comprado grandes cantidades de deuda pública a través de la compra de Bonos del Tesoro. Estos bonos han servido como “moneda”, incluso en el comercio internacional.

Sin embargo, Estados Unidos ya tiene una deuda con sus acreedores que representa el 124 % de su Producto Interno Bruto (más de 36 billones de dólares), una deuda monstruosa que crece 7 mil 123 millones de dólares al día y, de esto, resulta que cada ciudadano norteamericano tiene actualmente una deuda per cápita de 104 mil 599 dólares (convertidos en pesos mexicanos, esos dólares de deuda per cápita serían casi dos millones de pesos).

Además, el gobierno estadounidense tiene que pagar anualmente más de un billón de dólares tan sólo de intereses, lo que significa que ese rubro del gasto del gobierno ya es el más grande de todo el presupuesto gubernamental.

La burguesía —y, sobre todo, la élite capitalista gringa— está aterrorizada ante la posibilidad de que China, Japón y otros acreedores del gobierno estadounidense decidan deshacerse de esa deuda, ya sea reclamando su devolución al gobierno o vendiendo los bonos, lo que haría caer estrepitosamente su precio.

Esto crearía una enorme desconfianza hacia el dólar; la Reserva Federal probablemente optaría por “monetizar la deuda”, es decir, imprimiría y emitiría gran cantidad de dólares para pagarla, pero esto llevaría a una desbocada inflación y al colapso del dólar (traería una enorme pérdida del poder adquisitivo de la población trabajadora y aumentarían las tasas de interés de la banca central y de toda la banca; las inversiones huirían de Estados Unidos de forma galopante).

Sería un derrumbe estrepitoso, otro clavo más en el ataúd del dominio del dólar y de la hegemonía de Estados Unidos; el famoso Swift ya no serviría y las sanciones del imperio dejarían de ser eficaces. Otras monedas sustituirían al dólar.

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