MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

ENTREVISTA | Quicayán: antes y después de Antorcha

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  • Con 80 años de edad, Carmen García Morán relata cómo en este municipio, tras décadas de cacicazgo y carencias, la llegada del Movimiento Antorchista en 1978 trajo escuelas, calles y servicios

Sentada en una silla de plástico a la puerta de su casa, con su figura delgada y de piel morena, quemada por el abrasante sol de Tecomatlán, doña Carmen rememora, con un poco de dificultad, el nombre de sus abuelos paternos y maternos.

—¿Se acuerda de sus abuelitos? —le preguntan.

—De mis abuelitos, no —responde de inmediato. Guarda silencio y se queda pensativa por unos minutos. Entrelaza sus manos, juega con sus delgados y largos dedos mientras cierra los ojos y busca entre sus recuerdos más profundos.

—Por parte de mi mamá, pues sí, todavía la medio conocí, pero ya casi ya no.

—¿Cómo se llamaban? ¿Se acuerda usted de sus nombres?

—Pues ya nada más porque a mí me los dijeron. Por la parte de mi papá se llamaban Ramón García y Guadalupe Ramírez, y por la parte de mi mamá se llamaba Delfina Sosa y mi abuelito, por la parte de mi mamá, se llamó José Morán, que fue de Tecomatlán. Por eso yo soy de los Moranes, pero no los conocí tampoco, ni a mis abuelos por la parte de mi papá. Ya no. No recuerdo porque estaba chiquita. Sí. Estaba chiquita.

Haciendo memoria sobre su infancia, doña Carmen García Morán, vecina de la comunidad de Quicayán, en Tecomatlán, afirma que toda su vida ha vivido en esa comunidad. Sin embargo, su infancia fue muy dura, pues vivió entre carencias debido a la precariedad que azotaba a las comunidades rurales, sobre todo a las más alejadas de las grandes ciudades después de la Revolución mexicana.

Nacidos en la pobreza

Hija de Juana Morán Sosa y José García, doña Carmen nació el 10 de julio de 1944. Su piel maltratada, no sólo por los años, sino por el trabajo del campo, da fe de la vida que ha llevado en esta comunidad rural con algunas calles adoquinadas y otras de terracería, como el camino serpenteado que la conecta con la cabecera municipal, rodeando grandes y extensos cerros que, en el temporal de lluvias, aunque escasas, logran reverdecer la flora de la región que en plena primavera se vuelve desértica, con temperaturas que llegan a superar los 40°.

—¿Cómo fue su infancia, doña Carmen? ¿A qué se dedicaba? ¿Cómo jugaba?

—Nosotros nos criamos en la pobreza. No tuvimos estudios porque no había ni maestro, nada. Nosotros andábamos, del 50 al 60, hasta descalzos todavía. No teníamos ni huaraches, nada. Estábamos descalzas. Ya del 60 para adelante nos empezó a cambiar tantito, el 70 ya más. Nosotros nos dedicábamos a andar trabajando de peones, con los que tenían trabajito. Así nos íbamos a trabajar por el día, nos pagaban tres pesitos. No había escuela, no había nada.

Con voz ecuánime rememora:

—Vino una maestra de Tehuitzingo. Una casa que estaba grande la hicieron de escuela. Por un ladito hicieron un cuartito como cárcel, pero nada más; no había presidencia, no había nada. Ese cuartito lo ocupaban para cárcel y para presidencia. Ahí teníamos las sillas, porque ni bancas sencillitas, nos sentábamos como ahorita y cada quien llevaba su silla.

Con resignación notable, afirma que ella sólo pudo llegar hasta segundo año de primaria. La maestra se regresó y se suspendió “la escuela” que había sido improvisada. Sin embargo, aprendió a leer y apenas, muy poco, a escribir.

—Pero ya para escribir, casi no muy bien. Pero sí, aunque sea mi nombre, sí lo pongo, aunque sea mal, sí lo escribo.

Ante esta situación, doña Carmen, al igual que el resto de niños y jóvenes que habitaban en Quicayán en aquellos años, vieron interrumpido su sueño de educarse y volvieron a trabajar al campo para ayudar a la economía de sus hogares.

—Sí, nosotros seguimos trabajando. Nos íbamos a despegar cacahuate, nos íbamos a donde nos alquilaban, a juntar frijol, piscar, a juntar calabaza, todo lo que nos ocupaban. Chiquitos nos íbamos, como ahorita mi niña. —Señala a su nieta, una muchachita güerita y tímida que por momentos se asoma tras la puerta de metal (pintada de azul, al igual que la fachada de su casa, hasta medio metro de altura, aproximadamente, por manos inexpertas, dado el rastro de los brochazos), para asegurarse de que su abuela esté bien.

—¿Todos se dedicaban al campo?

—Todos se dedicaban al campo. Aquí no había nada, ni salidas, ni a Piaxtla, no salíamos. Solamente salíamos a Tecomatlán. Me acuerdo que mi mamá se iba a traer los chiles, porque había una plaza en el mercadito de abajo. Y allí se iban, pero nos íbamos en burro. Pero no había carretera, no había nada. Íbamos cruzando los pasos del río por los lados, por ahí íbamos, brincando y ahí íbamos pasando los pasitos del río para salir a Mixquiapan.

La lucha en ciernes

—Antes de que estuviera en Antorcha, había otro grupo político que mandaba en Tecomatlán. ¿Se acuerda de quiénes eran ellos?

—Sí, eran los Campos —responde con vehemencia—. Los Campos eran Leobardo Campos, Augusto Campos y otro hermano, esos eran los que estaban gobernando, eran los ricos que estaban ahí, los que vivían abajo.

Por aquellos años, ese punto era el centro de Tecomatlán. Con el progreso y crecimiento exponencial que tuvo la cabecera municipal, dejó de serlo; sin embargo, existe una bella y amplia plaza con un kiosco al centro, andadores y verdes jardines. “Rogelio Morán Veliz” se llama el parque.

—Ahí tenían todo el “casaje” y esos eran los que estaban gobernando. Estaban en la presidencia todos ellos, ellos mandaban todo. Ellos eran los caciques de allí, porque ellos tenían dinero y la demás gente estaba pobre —recuerda doña Carmen con rostro serio.

Al pasar de algunos años, doña Carmen se casó y comenzó a formar su familia.

—Uno de ellos (de sus hijos) estuvo estudiando con la maestra Elsa. Ella sí duró como unos cinco o siete años, porque casi aquí vivía. Le había gustado y vivía con una señora que está allí que se llama Amelia Campos. Con esa llegó, encompadraron y todo eso.

Sin embargo, explica doña Carmen, después se retiró, cuando surgió un problema político en la comunidad, donde los hermanos de su esposo fueron asesinados por sumarse al trabajo que hacía —el que ahora conocemos como— Movimiento Antorchista Nacional.

—¿Cómo estuvo el problema de los hermanos de su esposo?

—Pues eso fue porque se metieron a la organización y la organización los quería mucho a ellos porque eran muy trabajadores, los tres, con mi esposo. Y entonces comenzó ese pleito, fue una fiesta de marzo, fue el 5 de abril que fallecieron ellos. Uno de ellos fue para ver quién ganaba la presidencia, porque ellos querían la presidencia, y fue mi cuñado y ese ganó la presidencia, Saúl Campos Ramírez. Él ya estaba casado, ya tenía dos niños, dos hombrecitos tenían.

En aquellos años, el poder político y económico del municipio pertenecía a la familia Campos: Rogelio Campos, Venustiano Campos, Gustavo Campos, Teodoro Campos.

—Todos eran hermanos y ellos podían. Ellos nos gobernaban a nosotros. Teníamos que hacer lo que ellos decían. No te tenías que propasar, no tenías que hacer nada.

Aproximadamente en 1978, el esposo de doña Carmen se integra a las filas del Movimiento Antorchista, aunque sus hermanos lo habían hecho años antes, uniéndose al trabajo que encabezaba la maestra Elsa Córdova Morán en la comunidad de Quicayán.

A pesar de recibir propuestas económicas para que abandonaran a dicho grupo político, estos siempre se negaron, manteniéndose firmes en sus convicciones de la lucha antorchista, la cual buscaba mejorar las condiciones de vida de las familias humildes en todas las comunidades de Tecomatlán.

—Y era mucha más gente para acá, que con ellos para allá.

—Entonces estaba por aquí, ahí está esta casa blanca, estaba un “mezquitón” grande, con esos palos, pero grande la sombra, estaba grande, bonita, y todos ahí hacían las reuniones, porque no tenían a dónde. Así comenzó la difunta Elsa aquí con nosotros.

Con este trabajo político que comenzaba a impulsar el Movimiento Antorchista, se empezó a hacer “bailecitos” para sacar fondos.

—Ya después hicieron una canchita allá donde está la presidencia, así fue la primera canchita que hicieron, y así comenzaron, después ganaron la presidencia, después hicieron un aula de la secundaria.

Antes de eso, Quicayán contaba sólo con una pequeña escuela.

—Allá tenían una escuela chiquita, allá en el monte, así para abajo. Estaba una escuela chiquita que ya se cayó. Un aula tenía, que era la primaria; ni cabían los niños. Entonces ya quisieron la secundaria, y la empezaron a hacer, después hicieron la otra aula.

En una reunión con los vecinos, Elsa Córdova propuso hacer un aula para que comenzara a funcionar la primaria, en mejores condiciones y más cerca del centro de la comunidad. Entonces ya tenían presidencia auxiliar, secundaria y primaria.

—Entonces ya tenían la secundaria y la primaria aquí. La organización fue la que construyó. Todo fue la organización y gracias a la organización nosotros nos liberamos de esa gente.

—Doña Carmen, ¿cómo se convencieron para unirse a la organización?

—Pues porque la difunta nos decía: “no tengan miedo, no les va a pasar nada”. Hicieron la primera escuela, el aula de la secundaria. Después hicimos la de la primaria y ya se empezaron a pasar. Ya después ahí empezaron, hicieron la presidencia y ya hicieron todo lo que está ahorita. Todo gracias a la organización. Ellos nos ayudan en todo. A veces aquí los vecinos ponen el trabajo (la mano de obra), pero ellos han puesto todas las obras que están.

El asesinato

Durante una de las fiestas de la comunidad de Quicayán, un 5 de abril, los cuñados de doña Carmen salieron con rumbo a Tecomatlán para “traer la música”.

—El suegro de uno de ellos, de mi cuñado, de Emiliano Villa, vivía por allá y fueron a pedirle la camioneta para que llevaran la música. Esas fueron las primeras muertes. Esa fue la primera muerte de la organización, fueron los primeritos líderes de ellos que murieron.

Posteriormente, los Campos, el poder de facto que gobernaba en Tecomatlán, comenzó a ofrecer dinero al pueblo para que ya no aceptaran a la maestra, cuenta doña Carmen, “y ella se viene para acá”.

—Aquí vuelve a organizar. Todos los que iban allá (en Tecomatlán) a hacer esa organización, ya no iban allá, sino que ya les avisó que todos hacían la organización aquí. Primero la hacían por aquí, después ya donde tenían la canchita y así iban todos allá y así empezamos a hacer todos los “pinitos”, todo lo que empezamos a parar.

—¿Qué pasó? ¿Cómo los mataron?

—Pues dicen que fueron como unos quince, que se fueron todos con armas, siguiéndolos. Ellos iban a traer una camioneta, hasta los perritos de mi cuñado, unos perros grandotes amarillos, los iban siguiendo, hasta eso le tocó a un perrito, ahí la balacera, porque fue tremenda balacera que hicieron.

Nosotros la estábamos escuchando, empezaron zas, zas, zas, pero decíamos, ¿qué pasó?, ¿quién iba a pensar eso? Fue la pura familia de Teodoro Campos y todos los allegados de ellos allí. Todos se fueron con rifles. Todos salieron en esa muerte. Todos se fueron.

Dicen que la camioneta del suegro de mi cuñado estaba parada así y le estaba tocando a la puerta para que les abriera cuando se les vienen. Ni les hablaron, nomás los empezaron a tirar y a tirar. Luego pues los mataron.

Dicen —subraya Carmen, sacudiendo su larga falda que cubre sus tobillos— que mi cuñado Emiliano, el que ganó la presidencia, estaba arriba de la camioneta, hasta arriba de la camioneta lo subieron a matar, pero ellos no tenían armas, no llevaban nada.

—¿Qué sucedió después de eso?

—Nomás esas muertes fueron de la Antorcha. La maestra Elsa se fue después de que se enterraron a los muchachos, pero estuvo otro tiempecito, yo creo que vino como otros tres o cuatro meses porque decían que la iban a matar a ella. Por eso ella ya no regresó, porque dice que la iban a matar.

La consolidación de la lucha

—¿Siguió Antorcha en Quicayán?

—Sí, siguió Antorcha. Todo lo que se ha construido es gracias a ellos que nos ayudan: las calles, las lámparas, el puente de la entrada también lo hicieron, el kínder, la primaria, la secundaria, la presidencia, hay kioscos.

—¿Sus hijos y sus nietos estudiaron en las escuelas de Antorcha?

—Todos mis hijos estudiaron aquí. Yo no pude estudiar porque no tuvimos esa oportunidad, no la tuvimos, nadie, no hubo.

—Después de la maestra Elsa, ¿quién siguió encabezando el trabajo de Antorcha?

—Ya después empezaron a venir otros compañeros en lugar de ella, uno que se llamaba Carlos, otro que se llamaba Jorge.

Doña Carmen García explica que, después de la agresión, “ya ninguno se metió con nosotros. Yo he sabido que el grupo de Quicayán es muy aguerrido, que son compañeros muy entregados a la organización”. Sin embargo, ese hecho marcó un punto de inflexión en la historia de la comunidad: a partir de ahí, sin proponerlo, pero implícitamente se dio una división en el pueblo. Por un lado, las familias antorchistas que estaban organizadas y seguían luchando por una vida mejor y, por el otro, las familias que habían sometido a la comunidad durante años, negándose a ser parte del progreso y bienestar colectivo de Quicayán.

—Ni ellos para acá se meten con nosotros, ni nosotros para allá. Está dividido todavía; de cuando pasaron las muertes se empezaron a dividir, ya ni una gente iba para allá.

—¿Quicayán tendría las mismas condiciones sin Antorcha?

—No, no, sin Antorcha no. No las íbamos a tener. ¿Ellos (los que se oponen a Antorcha) qué cosas tienen? No tienen nada. Ve las calles cómo las tienen.

Con una sonrisa amable, doña Carmen se levanta de su silla y se despide. Atraviesa la puerta azul de su hogar en el que ha vivido por más de ocho décadas. El paso del tiempo es notorio en sus cabellos plateados, amarrados en dos trenzas que caen sobre sus hombros. A pesar de los años, conserva un andar ágil y la fuerza necesaria para disciplinar a sus nietos traviesos con su voz fuerte.

La puerta se cierra y la fachada a dos colores es guardián insobornable de las vivencias de esa mujer que ha visto transformar su entorno gracias a la decisión de la comunidad para organizarse en las filas del Movimiento Antorchista y al progreso que conlleva el inexorable paso del tiempo.

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