Las tragedias causadas por estos fenómenos no son desastres inevitables, destaca el dirigente antorchista en el estado
Guerrero. Una vez más, el huracán “Erik” expuso la fragilidad de un modelo de desarrollo turístico que construyó hoteles de lujo sin planificación adecuada y sin la infraestructura necesaria, revelando la otra cara de Acapulco y Coyuca: municipios donde casi un millón de habitantes viven en condiciones de vulnerabilidad extrema y sin la infraestructura básica para mitigar el impacto de estos fenómenos, exhibiendo una vez más la incapacidad del Estado mexicano para una eficiente reconstrucción, expresó Dimas Romero González, dirigente estatal del Movimiento Antorchista en el estado.
A la zona, que aún mostraba los estragos de los huracanes “Otis” en 2023 y John en 2024, llegó el huracán “Erik”, que impactó Pinotepa Nacional, Oaxaca, y las costas de Guerrero con categoría tres en la escala de Saffir-Simpson; sus lluvias intensas y rachas de viento destruyeron carreteras, caminos, techos de viviendas, provocaron derrumbes, crecida de ríos y arroyos, dejando pueblos incomunicados, casas anegadas y destruidas en Acapulco, Costa Grande y Costa Chica.
Mientras Protección Civil Estatal emitía comunicados de alerta, se registraron compras de pánico y la sensación de miedo e indefensión ante la experiencia del nulo o tardío apoyo gubernamental crecía entre la población más vulnerable; hoteles, restaurantes y diferentes empresas intentaban proteger su mercancía y propiedades de los embates del huracán, que se aproximaba.
Asimismo, se anunció la suspensión del servicio de transporte público, de clases en escuelas de todos los niveles y de todas las actividades gubernamentales.
Recordemos que “Otis” dejó 47 víctimas fatales y daños estimados entre 15 y 16 mil millones de dólares; “John” dejó 200 mil casas, 80 % de hoteles dañados, veinte muertos y 5 mil personas refugiadas en albergues.
“Erik” dejó una estela de destrucción en Acapulco, municipios de la Costa Grande y Costa Chica y la muerte de un bebé.
Dimas Romero considera que las tragedias causadas por estos fenómenos no pueden seguir interpretándose como una serie de desastres naturales inevitables:
“Hay que reconocer que estamos ante desastres sociales amplificados precisamente por fenómenos meteorológicos que deben ser tratados con la seriedad que merecen”.
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