MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

REPORTAJE | Entre la pobreza y el olvido hay una esperanza

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El sol comenzaba a salir desde muy temprano en Tijuana, donde convergen ciudadanos con orígenes de diferentes estados y otras nacionalidades. Hoy, en uno de los puntos más icónicos del municipio, comenzaba a sonar una de las melodías que atenuaban el clima cálido y pérfido, el polvo que levantaba el caminar de los transeúntes y los carros que iban a prisa.

Aquí, en el Alamar, el cinturón de pobreza que contiene a poco más de 300 familias entre casas de cartón y material reciclado, se instaló hace poco más de seis años una esperanza de progreso, de lucha y de bienestar: la primera escuela primaria, que brindaría servicio a pequeños que anteriormente tenían que cruzar la vía más rápida de Tijuana para poder llegar a su salón.

Nueva Esperanza, el faro del Alamar, ha venido librando grandes luchas en medio de la pobreza y del olvido, gracias al esfuerzo de las familias organizadas que decidieron levantar una escuela donde no había ni caminos ni puentes.

Ahí donde no hay ni camino ni puentes, ellos construyeron junto con el Movimiento Antorchista la escuela primaria Nueva Esperanza, institución que representa, para todos sus habitantes, exactamente eso: la esperanza de una vida mejor.

Paulina N., quien se gradúa de este centro educativo, es testigo de que, durante estos seis años de su estancia en la primaria, la escuela nunca detuvo su desarrollo, pues aquí, desde el primer día de su formación con maderas y lonas, hoy cuenta su progreso en edificios, número de graduados, proyectos que se edifican, un salón de cómputo que es una de las perlas de la Nueva Esperanza y su pequeño pero significativo domo con el que se cubren del sol.

Muchos políticos, pocas obras

Aunque los cinturones de pobreza suelen, como su nombre pudiera sugerir, estar a las orillas de las ciudades, el Alamar se encuentra a un costado de las vialidades más transitadas por tijuanenses y extranjeros. Desde la llegada de las primeras familias al lugar, han pasado tres gobernadores, seis presidentes municipales, un sinfín de regidores, diputados y demás funcionarios; la mayoría de ellos con conocimiento de la necesidad de estas familias, pero ninguno ha resuelto la demanda más importante: la vivienda.

Las bardas de madera podrida y las de material, que son las de los “vecinos ricos”, están pintarrajeadas con eslóganes que para los habitantes de aquí resultan una grosería: primero los pobres, Tijuana avanza, con el corazón por delante y otras muchas frases de los políticos. Todavía se ven la silueta del rostro de Claudia, la presidenta de la República; el nombre de Marina del Pilar, la gobernadora; y pintas de Ismael Burgueño, el presidente municipal. Dadas las últimas elecciones, figuran nombres que nadie conoce, pero que en alguna ocasión llegaron hasta este punto —que no es muy lejano de la periferia— a pedir el voto de los olvidados.

Aquí estuvo la gobernadora Marina del Pilar, quien se comprometió a resolver el problema del drenaje; aquí han estado funcionarios de todo tipo y de todos los partidos; aquí se han comido los de lengua a cada rato, pues solamente son eso: compromisos y promesas que, al igual que las pintas en las bardas, se borran y se olvidan.

A los pies de las grandes fortunas

Jeffrey Preston Bezos es un empresario, ingeniero y magnate estadounidense; es el segundo hombre más rico del mundo, después de Elon Musk, según los últimos datos, con una fortuna de $206.9 mil millones. Pero aquí, en Tijuana —donde comienza la patria—, tiene uno de los almacenes más grandes con Amazon como una de las empresas élite.

Esta bodega se instaló justo frente a la esperanza del Alamar, a un lado de los más olvidados; ellos se encuentran a los pies de esta bodega que representa, por mucho, el imperialismo mismo, un contraste tan solo de mirarlo que causa náuseas. Como dijo doña Petra, del otro lado de la barda están los ricos; aquí están los pobres.

Cuando llegó la empresa, algunos vislumbraron esperanzas, pues pensaban que todo iba a cambiar; nada cambió, solo una barda con enrejado arriba que marca la diferencia entre los que lo tienen todo y los que no tienen ni siquiera para comprar un regalo el día de la graduación.

La falta de servicios básicos es la principal bandera: la red de energía eléctrica es inestable, pues es provisional; se tiene una toma comunal de donde se abastecen de agua las familias; se pavimentó solo a la entrada de la empresa —ni un metro se pasaron—.

Aquí no tenemos seguridad, pues aunque sabemos que esto es una ocupación, llevamos más de 10 años viviendo aquí y queremos pagar, queremos pagar impuestos, servicios, pero nomás no nos definen nada. Vino la gobernadora, dijo que iba a hacer algunas obras; aquí seguimos esperando, expresó doña Petra.

A los pies de las grandes fortunas, pues aunque tanto para los habitantes como para los gobernantes estas empresas representaban la esperanza de un trabajo bien remunerado, de servicios y mejoras para su comunidad, todo se quedó ahí, en la esperanza, ni la escuelita, esa que hoy está de fiesta, ha tenido beneficios; bien pueden quitar de un chequecito, que para ellos es como aventarle un pan al perro, pero nada, de este nado no hay apoyo, menos de ellos, de los empresarios, pues de los que tendría que haber, que son nuestros gobernantes, no cumplen, con ellos.

Nueva Esperanza, el faro del Alamar

Aquí, en medio de la pobreza y del olvido, la Escuela Primaria Nueva Esperanza ha librado grandes luchas: ataques de seudolíderes que quisieron aprovecharse del proyecto, la alta deserción escolar causada por el covid-19, la falta de apoyo gubernamental y una serie de robos y destrozos.

Esta institución surgió gracias al esfuerzo y dedicación de las familias organizadas en Antorcha; un faro que alumbró el camino de niños que decidieron ser diferentes. Se estaba haciendo costumbre que los chamacos anduvieran en la calle, que se pusieran a consumir esa cochinada y dejaran la escuela; ahora, con esta escuela, ellos quieren seguir estudiando. Muchos se van a la Casa del Estudiante de Antorcha y siguen estudiando; se les nota diferente, cambiados.

En la escuela hasta comida les dan; muchas veces, en la casa de las compañeras ni están porque andan en el trabajo y ahí les dan de comer. Es algo que no pasa en todas las escuelas; es como una luz que nos ayuda a soñar diferente, a sacar a los chamacos de aquí, de la pobreza pues, agrega Petra.

Esta institución educativa lleva seis años funcionando como una verdadera opción para los tijuanenses, pues antes de esto no se hablaba de educación. En el ciclo escolar 2024-2025 se reporta que casi un millón de estudiantes abandonaron la escuela en México, según datos de Educación con Rumbo. Baja California, junto con otras entidades, enfrenta altos niveles de deserción escolar, especialmente en el nivel medio superior, donde la tasa de abandono supera el 93 %.

Los de aquí son ejemplo de ello, pues muchos han dejado la escuela por falta de recursos. La encargada del centro educativo Nueva Esperanza, Cecilia Gerónimo, asegura que ha sido un reto mantener de pie esta escuela: la fundó Antorcha y Antorcha Magisterial, el pueblo pues, y nos ha costado porque no sólo se ha construido con material donado; en una ocasión nos quemaron la escuela por la noche, otra vez nos quitaron el cable de la luz, así hemos sufrido.

Después, no querían contratar a los maestros y logramos esa demanda. Aquí vemos pasar a muchos jóvenes que están en el vicio; nosotros no queremos eso para nuestros niños: queremos que se eduquen, que practiquen danza, canto, oratoria, música, deporte, etcétera; no tenemos siquiera una cancha, pero buscamos cómo hacerle, cómo superarnos y buscar la manera del cómo sí, explica Cecilia Gerónimo.

En esta ocasión se gradúan 24 pequeños de nivel primaria; aquí ellos vivieron el progreso de una institución: la formación de un comedor, la creación de un centro de cómputo, la edificación de dos nuevas aulas, el cerco de su institución, la instalación de un domo para el patio. Ellos vieron nacer desde cero esta institución; aquí, en la Nueva Esperanza, conocieron el dolor ajeno cuando, después del Covid, dos o más compañeros no regresaron. Hoy les toca forjar su destino, volver a aportarle al proyecto educativo de Antorcha y ganar o dejar las esperanzas ahí derrumbadas.

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