Hay fechas que marcan el camino personal de cada quien. Para mí, octubre de 2016 fue una de esas pequeñas estaciones donde el arte, la política y la palabra escrita convergieron. Aquel año publiqué uno de mis primeros artículos de opinión y me tocó hacerlo sobre el teatro en México, un ejercicio que nació por inspiración, pero sobre todo por una tarea asignada dentro de la Comisión de Publicaciones de Antorcha. Lo que en ese momento parecía solo un encargo terminó convirtiéndose en el punto de partida de un trayecto de nueve años escribiendo, reflexionando y dialogando por esta vía como una herramienta para comprender los problemas del país y sus desigualdades.
Pero la semilla había sido plantada mucho antes de 2016. En 2010, siendo todavía un estudiante de preparatoria, tuve la fortuna de participar en un club de teatro de Antorcha en la Casa de Cultura de Chimalhuacán —cuando Antorcha gobernaba el municipio y se fomentaba la cultura para todos— bajo la guía de Alejo Ambriz y otros maestros que dedicaban horas a pulir voces, gestos, posturas y, sobre todo, conciencias. Ensayábamos para el concurso de ese año sin saber que, más allá del escenario, el teatro estaba moldeando nuestra forma de mirar al mundo. Ahí comprendí que el arte no es un adorno ni un lujo: es una necesidad humana, una forma de interpretación crítica de la vida.

Hoy, casi una década después de aquel primer artículo, vuelvo al tema con una mirada más madura, pero con la misma certeza: el teatro sigue siendo una de las herramientas más poderosas para despertar la conciencia social, y Antorcha continúa abriendo ese espacio donde los más pobres pueden encontrarse con las artes escénicas sin pagar los precios inalcanzables que imponen las élites culturales.
En tiempos donde la inmediatez dicta los ritmos de consumo cultural y las pantallas digitales sustituyen el ritual colectivo de la contemplación, resulta urgente volver a los clásicos. No por nostalgia, sino porque las tragedias griegas, los dramas de Shakespeare, las sátiras de Molière o las metáforas universales de Goethe siguen siendo espejos vigentes de la condición humana. Los grandes dramaturgos son, en esencia, científicos del alma. Descifraron los conflictos fundamentales de la vida en sociedad y los dejaron plasmados en obras que sobreviven siglos porque tocan el núcleo de lo que somos. Volver a ellos es volver a pensar. Volver a sentir. Volver a cuestionar.
Antorcha ha entendido esto desde su origen: el arte no es un entretenimiento inocente o pasajero, sino una manera de educar al pueblo analizando la forma y el fondo de la estética, el teatro sirve para la formación de seres humanos pensantes y con una conciencia crítica. Por eso insistimos en que el pueblo conozca a los clásicos, porque en ellos se encuentra no solo belleza, sino herramientas para comprender la realidad y para transformarla.

México vive una paradoja: es un país rico en talento artístico, pero empobrecido en oportunidades para que ese talento llegue al pueblo. El teatro ha sido uno de los espacios más castigados por el modelo económico dominante —el capitalismo— que lo convirtió en un negocio y lo recluyó en recintos con boletajes caros, inaccesibles, diseñados para un público con recursos suficientes para pagar entradas que, en ocasiones, superan el salario diario de un trabajador.
Así, lo que debería ser un derecho cultural termina siendo un lujo. Los grandes escenarios son administrados como empresas, no como espacios formativos. Y mientras tanto, los sectores populares (los mismos que cargan sobre sus hombros la renta nacional) quedan excluidos de una de las expresiones artísticas más potentes y transformadoras. La cultura, al privatizarse, pierde su esencia humanizadora.
Frente a ese panorama, el Movimiento Antorchista Nacional (MAN) ha construido un modelo cultural totalmente distinto: un teatro popular, abierto, gratuito, formativo y profundamente humanista. Cada Encuentro Nacional de Teatro, como el XXIV que se llevará a cabo este 28, 29 y 30 de noviembre en el Teatro “Aquiles Córdova Morán”, en Tecomatlán, es una declaración política y estética: El arte debe pertenecer al pueblo.

En estos festivales no solo participan actores profesionales, sino miles de jóvenes, obreros, campesinos, estudiantes, amas de casa y maestros que han encontrado en el teatro un medio para expresar su visión del mundo, denunciar injusticias, retratar la vida cotidiana y plantear la necesidad de luchar por un México más justo, humano, democrático y equitativo.
Antorcha no hace estos eventos para vender boletos ni para complacer al mercado; los hace para formar sensibilidad, inteligencia y conciencia. Para que cada persona, sin importar su condición económica, pueda disfrutar felizmente desde un hermoso recinto y mirar una serie de obras teatrales que le hablen de sus propios problemas, de sus sueños, de su dignidad.
Al releer lo que escribí en 2016, descubro que la convicción sigue fortaleciéndose: “El teatro es una luz en medio de las sombras culturales de México.” Pero hoy entiendo con mayor claridad que esa luz no aparece sola: se construye. La sostienen cientos de grupos artísticos, maestros, actores y organizaciones como Antorcha que creen firmemente que la cultura no debe ser privilegio de unos cuantos, sino derecho de todos.

Nueve años de escribir sobre cultura, política y desigualdad me han enseñado algo esencial: el arte no transforma por sí solo, pero sí despierta la condición humana necesaria para transformar la realidad, así como decía el gran Lenin, líder ruso de la revolución soviética de 1917, sobre la necesidad de forjar el elemento conciente que sirva para despertar al pueblo del marasmo de ignorancia y alentarlo a luchar hasta lograr un profundo cambio y de raíz del estado de cosas. Y eso, en un país como México, es un acto profundamente revolucionario.
Mientras existan espacios como el que impulsa Antorcha donde el pueblo pueda ver teatro, sentirlo, interpretarlo y apropiarse de él, habrá esperanza. El teatro seguirá siendo, como desde la antigua Grecia, un lugar para mirar, pensar y luchar por un futuro distinto. Y ahí, como desde entonces y como ahora, seguiremos trabajando para hacer una verdadera revolución de conciencias porque un mundo mejor es posible.
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