El domingo pasado se llevó a cabo la polémica elección del Poder Judicial. Según el Instituto Nacional Electoral (INE), la participación fue del 13 % de la población en edad de votar, es decir, cerca de 13 millones de mexicanos, mientras que el 87 % restante, más de 87 millones, no acudió a las urnas. De esta cifra aún deben descontarse los votos nulos, que el INE calcula que representan cerca de la mitad de los sufragios emitidos.
Millones de mexicanos no fueron a las urnas, pero votaron; lo hicieron contra el sistema capitalista de producción en su fase neoliberal y contra todos aquellos que velada o abiertamente lo defienden y sostienen.
Ante dichos resultados, muchos funcionarios morenistas, incluida la presidenta de la República, han calificado el proceso como un “éxito”, “histórico”, etcétera.
Sin embargo, que sólo trece personas de cada cien hayan salido a votar en realidad representa un fracaso, no sólo del proceso en particular, sino de todo el sistema electoral mexicano y de las clases gobernantes, es decir, de los ricos que siempre han ostentado el poder independientemente del partido político que gobierne.
Es una muestra de que las clases trabajadoras del país, con el transcurso de los años, les ha ido quedando más claro que esté quien esté en el poder no los va a defender, que asistan o no a votar, de todos modos su suerte no cambiará para bien, pues mientras ellos viven con lo mínimo y en condiciones deplorables, tanto los gobernantes como los ricos incrementan más su riqueza. Lo anterior, por supuesto, no elimina el hecho de que haya funcionarios bien intencionados y que verdaderamente pretendan cambiar las cosas.
Por lo tanto, el 87 % de abstención no lo fue a secas; fue una respuesta de las clases trabajadoras ante una sociedad que cada vez les satisface menos sus necesidades, que es más injusta con ellas.
Millones de mexicanos no fueron a las urnas, pero votaron; lo hicieron contra el sistema capitalista de producción en su fase neoliberal y contra todos aquellos que velada o abiertamente lo defienden y sostienen (todos los ricos que ahora están en Morena y en los demás partidos).
Es cierto que Morena nunca tuvo la intención de informarle con claridad a la población de qué se trataba el proceso, pues de antemano sabían que era fraudulento y antidemocrático. Sin embargo, con todo el dinero que invirtieron para condicionar a la población y con los acordeones que repartieron, esperaban una mayor participación.
Mucha gente sí se enteró de que habría elección del Poder Judicial. Sin embargo, prefirió utilizar su domingo para hacer otras actividades en vez de asistir a las urnas, pues ya sabía que los puestos clave, como el de los magistrados, estaban ya designados y que todo era cuestión de trámite.
Con candidatos desconocidos, sin PREP, sin representantes de los candidatos ante el INE, sin posibilidad de impugnar, lo único que queda es la fe. Sin embargo, hace muchos años que la misma burguesía —que aún no estaba en el poder— demostró que la fe fue precisamente lo que hundió a la sociedad medieval y permitió que sucedieran cosas verdaderamente terribles y escalofriantes como “la hoguera”.
Ahora, los señores de la 4T quieren que todos nos pongamos nuestros escapularios de San AMLO y confiemos en que los “nuevos” funcionarios del Poder Judicial nos harán justicia.
Entre el martes y miércoles corrieron los rumores de que el nuevo presidente de la Suprema Corte será el abogado morenista Hugo Aguilar Ortiz, según porque fue el candidato que obtuvo más votos, aunque se supone que los resultados estarán diez días después de la elección.
Por detrás quedaron las también morenistas Lenia Batres y Yasmín Esquivel. ¿Cuál es el mérito de Aguilar Ortiz? Dicen que fue quien le consiguió a López Obrador los derechos de vía del Tren Maya, engañando a los ejidatarios y comuneros indígenas de la península maya, y que prometió no utilizar toga en caso de que “ganara” las elecciones. Es risible, pero real.
Como se puede notar, los morenistas no han dejado de ser neoliberales; al contrario, han profundizado cada vez más el neoliberalismo y se ha llegado a niveles inimaginables.
Con toga o sin toga, Aguilar Ortiz seguirá siendo un funcionario al servicio de los ricos del país, pues la realidad no se puede cambiar modificando sólo las formas de nombrar las cosas o las formas de vestir. Eso no es otra cosa que posmodernismo rancio; ideología burguesa.
Como ya comentaba, a la gente le han ido quedando claras dos cuestiones: primero, la farsa de la elección del Poder Judicial y, segundo, el hecho de que, al final de cuentas, la justicia es de quien la puede pagar.
Pese a lo anterior, la burguesía se mantiene, como dice el adagio popular, “vivita y coleando”, pues mientras la inconformidad se mantenga en estos niveles, para ella no representan ningún peligro, ya que con tarjetitas o algunas otras medidas puede contrarrestarla.
Falta la organización y educación política de las clases trabajadoras, pues no basta con que se inconformen con la situación en la que vivimos; es necesario que la comprendan.
El conocimiento científico de la realidad es fundamental: que quede claro que, en la sociedad en la que vivimos, gobierne el partido que sea, las cosas se mantendrán igual, ya que todos estos partidos representan a los ricos y, por tanto, defienden sus intereses.
El Estado no les beneficiará porque este no los representa. Por decirlo de alguna manera, los ricos están agrupados y el Estado es su representante.
Si los ricos están agrupados y el Estado los defiende, la única alternativa es que las clases trabajadoras también se agrupen y defiendan sus intereses de manera colectiva, que tomen el poder en sus manos para que puedan modificar la realidad que tanto los oprime.
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