MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

CRÓNICA | Mártires antorchistas, llama viva en el corazón del pueblo

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El clima amenaza con ocultar el sol en Tecomatlán, aunque las nubes ceden rápidamente. Bajo el calor inclemente, miles de rostros se congregan cerca de la plaza de toros “La Antorcha”, con banderas rojas ondeando al viento, al compás de consignas que retumban fuertemente: morir por Antorcha no es morir; ¡morir por Antorcha es vivir!

No es un día cualquiera. Es un día para recordar, para honrar y también para luchar; la memoria se vuelve acto de rebeldía y compromiso.

Antorcha no es una chispa: es un incendio que avanza. Es columna vertebral del pueblo pobre que ya no acepta resignarse. Y aunque han intentado silenciarla con balas, amenazas o calumnias, su verdad sigue creciendo.

En el mausoleo de la Atenas de la Mixteca, donde descansan nuestros mártires antorchistas, los nombres de hombres y mujeres que ofrendaron su vida por el pueblo se convierten en las voces colectivas como tambores de guerra: ¡Presente! ¡Presente! ¡Presente! No hay un solo rincón de este lugar que no hable de lucha. Los muros, las frases, los pasos… todo vibra con el eco de aquellos que, con coraje y sin pedir nada a cambio, caminaron antes que nosotros.

Se habla de los primeros días, cuando apenas un puñado de jóvenes, con más hambre de justicia que pan en el estómago, sembró en estas tierras el ideal de una patria más digna. Ellos, los pioneros, enfrentaron burlas, amenazas y carencias. Pero su llama fue creciendo, alimentada por la esperanza, por la razón y por la necesidad apremiante del pueblo.

Desde aquí, desde este rincón ignorado por muchos, se alzó una voz que incomodó a los poderosos. Y algunos, por levantarla, pagaron con su vida.

Hay lágrimas contenidas entre los presentes, sobre todo cuando se nombra a los caídos asesinados por atreverse a organizar, a exigir, a soñar en voz alta. No fueron accidentes. No fueron olvidos del destino. Fueron ejecuciones deliberadas de un sistema que teme la conciencia organizada. Pero hoy, lejos de borrar esas muertes, se les convierte en estandarte.

No se olvida a quienes murieron también por enfermedad, por desgaste, por el peso de una vida entregada al trabajo incansable. A ellos también se les honra, porque su ejemplo es tan valioso como cualquier discurso. Porque resistir y enseñar en medio de la adversidad también es una forma de heroísmo.

En medio de esta jornada de memoria viva, nos desplazamos al teatro “Aquiles Córdova Morán”, la obra más emblemática creada por el antorchismo nacional, que no pudo haber sido edificada sin el sacrificio de cada uno de los mártires. Ahí, el arte se convirtió en trinchera y tribuna; la cultura popular, en arma de concientización y orgullo. Cada ladrillo del recinto parece decir: “aquí vivimos, aquí luchamos, aquí seguimos”.

Hoy, Antorcha no es una chispa: es un incendio que avanza. Es columna vertebral del pueblo pobre que ya no acepta resignarse. Y aunque han intentado silenciarla con balas, amenazas o calumnias, su verdad sigue creciendo.

Porque los mártires no han muerto. Viven en cada colonia organizada, en cada escuela construida, en cada campesino que alza la voz. Viven en cada marcha, en cada niño que estudia, en cada mujer que se atreve a exigir un futuro distinto.

En su intervención, nuestro líder nacional, Aquiles Córdova Morán, llama a los mexicanos a luchar contra la pobreza, pero no de forma superficial, sino enfrentando de raíz su causa estructural: la privatización de los medios de producción. Asegura que mientras estos estén en manos de unos cuantos, la miseria será el destino de la mayoría. No basta con resistir; hay que organizarse para transformar este sistema injusto, sentencia.

También se refiere al horror que actualmente vive el pueblo palestino. Señala que en Gaza hay una masacre en curso y que la “libertad” de la que hablan los conservadores del mundo no es más que la licencia para asesinar a voluntad. Por eso, insta, es hora de que los proletarios del mundo se unan: porque la lucha no es local sino universal.

La jornada cierra con un emotivo evento cultural que rinde homenaje a la Federación Rusa, recordando su papel histórico en la derrota del fascismo en 1945 y reconociendo, con firmeza, su actual enfrentamiento contra una nueva forma de fascismo en el conflicto con Ucrania. Las canciones, los bailes, los discursos, todos dejan claro que la lucha de los pueblos no tiene fronteras cuando se trata de justicia y soberanía.

Hoy, más que un homenaje, esta jornada es un juramento: no claudicar, no olvidar, no perdonar. Porque la justicia para los mártires se conquista luchando. Porque sus nombres, escritos en nuestras pancartas, están también grabados en nuestras convicciones.

Y mientras la tarde cae sobre Tecomatlán, la multitud se dispersa, pero la llama sigue ardiendo. No en las antorchas que portan las manos, sino en los corazones que, como ellos, arden por un México justo.

Así se recuerda a los mártires antorchistas: no como víctimas, sino como banderas vivas de una causa que no muere y que ilumina a todo México.

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