Sin duda es un gran acierto que Rusia organice con grandeza y solemnidad el 80 aniversario del Día de la Victoria sobre los nazis, como lo es el respaldo que le darán con su presencia los líderes de las naciones antiimperialistas más importantes del planeta.
Se trata de defender la historia, porque todos, hombres, grupos y naciones, somos hoy lo que nuestra historia ha hecho de nosotros.
La lucha contra el nazismo en todas sus formas sigue siendo una tarea de los trabajadores del mundo y de las organizaciones verdaderamente revolucionarias.
Y aunque por todos los medios la burguesía trate de inculcarles a los jóvenes que vivan sólo su presente porque el pasado “ya pasó” y el futuro “no existe”, lo cierto es que esa división del transcurrir histórico, aunque sea en el ámbito personal, es completamente artificial, inexistente y, por tanto, falsa, y solo busca alejar a los jóvenes (y a los no tan jóvenes) de los grandes problemas nacionales y mundiales.
Pero las clases dominantes saben muy bien el peso enorme de la historia. Tan lo saben que, cuando han dominado a otros pueblos, lo primero que intentan es borrar su historia e imponer la visión del dominante como el más eficaz mecanismo de aceptación de su dominación sobre el pueblo sojuzgado.
Así, la defensa de la verdadera historia es también parte de la lucha de clases, y es partidista, pues, como dijo Trotsky, no se puede subir a una muralla que divide a dos clases en franca batalla y desde arriba, de manera “imparcial” y aséptica, narrar los hechos fríos sin simpatías o militancia abierta por uno u otro bando. La historia es partidista, la historia es de clase.
En tan importante fecha quiero compartir algunos puntos de vista con mis tres lectores.
Es un hecho absolutamente indiscutible que quienes derrotaron a los nazis en la Segunda Guerra Mundial fueron los habitantes de la URSS, unos como civiles y otros, los aptos para la guerra, enfundados en uniformes del Ejército Rojo de Obreros y Campesinos. Fue ese heroico ejército quien le mandó un saludo de cumpleaños a Hitler, disparándole en esa fecha el primer fuego de artillería sobre Berlín. Sólo unos días después, Hitler se suicidó con veneno u ordenó que su escolta le disparara. Años después fue incinerado y sus cenizas arrojadas al mar para evitar que los nazis le rindieran tributo. Pero los rusos conservan su mandíbula como prueba, plenamente identificada.
La humanidad le debe agradecimiento eterno al glorioso Ejército Rojo y al pueblo soviético por haber vencido a los nazis, aun sacrificando más de 27 millones de vidas en la gesta conocida como la Gran Guerra Patria.
Los gobiernos imperialistas que hoy le regatean a Rusia el mérito histórico de la victoria y amenazan a las naciones que acudan a la celebración organizada por el presidente Putin coincidían totalmente con la Alemania nazi en su odio y deseo de exterminio del país de los sóviets. Mucho antes de la guerra, Alemania firmaba con el Japón imperial un pacto anticomunista; y, por otro lado, Francia e Inglaterra prepararon en todos sus detalles un plan de bombardeo masivo contra la URSS, que no se materializó porque, en la fecha programada, ya Alemania atacaba a Francia e Inglaterra ya estaba a la defensiva. La participación y conocimiento de los EUA lo demuestra una comunicación del titular de Asuntos Exteriores de Francia al embajador de los EUA, fechada en enero de 1940, que a la letra dice: “Francia no romperá relaciones diplomáticas ni declarará la guerra a la URSS; simplemente la destruirá.”
El odio y el intento de aniquilación de los países imperialistas contra la patria de Lenin no es de ahora, es de larga data, sólo que al ver el ataque de Hitler a la URSS le dejaron a él la tarea, creyendo que la cumpliría.
Poco o nada se dice que el odio mortal de Hitler no era sólo contra los judíos, sino contra los judíos y los comunistas por igual. Por ello, cuando las hordas nazis llegaron a Leningrado (antes y hoy San Petersburgo), cuna de la Revolución de Octubre, la orden al ejército nazi en la directiva emitida en septiembre de 1941 decía: “El Führer ha decidido borrar la ciudad de Petersburgo de la faz de la tierra.” Era una orden literal, no retórica. Se ordenó asesinar a cualquier civil que intentara escapar de la ciudad; se bombardearon sus almacenes de alimentos (con lo que provocaron cientos de miles de muertos por hambre); se asesinó a tiros a más de 250 enfermos mentales (a todos los que estaban internados en el psiquiátrico). Pero la cuna de la Revolución resistió y venció (a costa de un número mayor de muertos que los que tuvieron en toda la guerra juntos Francia, Inglaterra y Estados Unidos).
Ahí combatió y, después de ser herido, trabajó en la fábrica de armas el señor padre del presidente Putin, y a su madre la dieron por muerta en medio de la hambruna y enfermedad. Creo que, entre otras cosas, de ahí le viene el patriotismo al presidente Putin. En medio del sitio y el ataque, los heroicos habitantes de Leningrado estrenaron, bajo el fuego de la artillería alemana, la Sinfonía Leningrado, de Shostakóvich. Y, al final, vencieron.
Hitler murió, pero el nazismo no ha muerto, pues el nazismo es el supremacismo de los poderosos, de los imperialistas que quieren someter a la humanidad entera a su dominio y desarrollan y promueven un odio feroz que llega al exterminio contra quienes se oponen a sus designios. Hoy, que en Ucrania se glorifica a los nazis; que Israel le aplica a los habitantes de Gaza la misma aniquilación brutal que Hitler les aplicó en su tiempo; en que Trump quiere que los gobernantes de pueblos soberanos “le besen el trasero”, muchos políticos, sobre todo en Europa y EUA, son nazis de corazón, pero lo ocultan por razones de conveniencia política. Por eso, la guerra de Putin en Ucrania es una guerra justa y necesaria que debe terminar con la derrota total de los nazis de aquella nación, no de otro modo.
Paradójico y triste. La mal llamada izquierda mexicana en el poder no se pronuncia en el Día de la Victoria. México fue el primer país de Occidente que reconoció a la URSS; le dio asilo a los refugiados españoles y a los huérfanos del fascista Franco; en nuestro suelo patrio preparó Fidel y sus valientes el desembarco del Granma; el atacado Echeverría fue a China antes que diera la señal de aprobación el presidente Nixon. Y he aquí que los “revolucionarios” de la 4T prefieren no hacer enojar a Trump.
No hay duda. La lucha contra el nazismo en todas sus formas sigue siendo una tarea de los trabajadores del mundo y de las organizaciones verdaderamente revolucionarias. Y el único antídoto contra el nazismo se llama pueblo organizado. La victoria de hace 80 años así lo demuestra.
Desde mi modestísimo puesto de trabajo uno mi débil voz a la de millones de seres humanos agradecidos que hoy celebran con Putin la gran victoria. Y digo: cada ser humano sensible debe grabar en su cerebro una consigna que se está olvidando: Nazismo, NUNCA MÁS.
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