El pasado jueves se conmemoró un año más del Día del Trabajo. No podemos ignorar que el Primero de Mayo nació como un grito de unidad de los trabajadores del mundo. Sólo unos cuantos mencionan, de pasada, la sangrienta represión contra los obreros de Chicago en 1886, asesinados por el capital estadounidense por atreverse a exigir ocho horas de trabajo. Pero la raíz de esta lucha es más profunda.
La historia ha demostrado que las conquistas laborales no se regalan: se arrancan con lucha.
Todo empezó en septiembre de 1864, cuando Karl Marx y Friedrich Engels impulsaron la creación de la Asociación Internacional de Trabajadores (la Primera Internacional). Ahí se dejó claro que la misión de la clase obrera era tomar el poder político y liberarse bajo una sola consigna: ¡Proletarios del mundo, uníos!
En julio de 1889, durante el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional celebrado en París, se acordó organizar una protesta global en la que trabajadores de distintos países saldrían a las calles el mismo día para reclamar mejoras laborales, entre ellas la implementación de la jornada de ocho horas. Esta decisión marcó un hito en la lucha por los derechos de los trabajadores y sentó las bases para futuras movilizaciones internacionales.
Desde 1890, el 1 de Mayo se convirtió en un día de lucha y resistencia, donde los obreros demuestran su fuerza, reclaman derechos, exigen justicia social y refuerzan su solidaridad internacional… o al menos eso debería ser.
La explotación del trabajo no es un fenómeno nuevo. Sus raíces se remontan a los modos de producción esclavista y feudal, donde una clase dominante extraía el excedente del trabajo de otros mediante la coerción directa.
A lo largo de los siglos, las sociedades han organizado la producción económica mediante distintos sistemas, todos ellos basados en relaciones de explotación, aunque con características particulares en cada época.
En el esclavismo, la explotación era directa y brutal. Los esclavos, considerados propiedad de sus dueños, eran obligados a trabajar sin recibir compensación alguna. Todo el producto de su labor beneficiaba exclusivamente al esclavista.
El feudalismo estableció una relación aparentemente más recíproca, pero igualmente desigual. Los siervos trabajaban las tierras del señor feudal y le entregaban una parte sustancial de sus cosechas, recibiendo a cambio un pedazo de tierra con el derecho a cultivar pequeños lotes para su subsistencia.
La llegada del capitalismo industrial transformó estas relaciones laborales. Con la Revolución Industrial del siglo XIX surgió el trabajo asalariado como forma predominante. Los obreros, teóricamente “libres”, vendían su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Sin embargo, este salario generalmente apenas cubría lo necesario para sobrevivir, mientras los capitalistas se apropiaban del excedente productivo, también llamado plusvalía.
Karl Marx analizó este sistema como una forma de explotación más sofisticada que las anteriores. Al no poseer los medios de producción, los trabajadores se ven obligados a vender su fuerza laboral en condiciones marcadas por la burguesía dominante.
En México, la promesa de la Cuarta Transformación (4T) incluía mejoras laborales y justicia social. Sin embargo, la realidad es que los salarios mínimos siguen siendo insuficientes, a pesar de los incrementos nominales.
La precarización laboral aumenta, con contratos temporales, subcontratación y falta de seguridad social. El sindicalismo charro sigue dominando, con líderes que pactan con el gobierno y las empresas en detrimento de los trabajadores.
Ejemplos claros son las maquiladoras, donde las jornadas extenuantes y los sueldos miserables recuerdan a la explotación del siglo XIX, o los repartidores de apps, quienes carecen de derechos laborales básicos.
Ante esta realidad, la organización de los trabajadores es más necesaria que nunca. La historia ha demostrado que las conquistas laborales no se regalan: se arrancan con lucha.
Este 1 de mayo no debe ser solo un día de discursos oficiales, sino un recordatorio de que la explotación capitalista sigue vigente, y que sólo la unidad obrera podrá enfrentarla.
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